Mensaje para el señor WongMensaje para el señor Wong

En el año 2056 hay en Madrid un único restaurante chino llamado «Hong Kong». Ming utiliza la cámara de su ojo biónico para proyectar un mapa tridimensional de la ciudad sobre la palma de su mano, en el que busca la ubicación exacta del local. Una vez localizado, descarga las coordenadas en el navegador de su AeroMóbil, y cierra el puño para hacer desaparecer el holograma.

Ming ha retrocedido ciento seis años en el tiempo para trasladar un mensaje al señor Wong, que entre las 21:53 y las 23:05 horas del día seis de abril del año 2056 estará cenando en ese restaurante de la ciudad de Madrid. En la época desde la que Ming viaja ya no habrá restaurantes tradicionales como aquel, incluso la idea de que en el pasado existieran negocios en los que unos humanos se encargaban de preparar y servir platos hipercalóricos, grasientos y de difícil digestión a otros humanos resulta tan inverosímil como imaginar un mundo sin órganos biónicos ni viajes interplanetarios. En el futuro, cualquier persona podrá utilizar su impresora 3D para descargarse directamente en casa preparaciones deconstruidas, esferificadas, nitrogenadas, liofilizadas o gelificadas de los más prestigiosos chefs.

El ordenador de a bordo de su vehículo le conduce hasta la dirección del distrito Centro-Oeste III en la que está situado el restaurante. El negocio ocupa uno de los locales de la planta baja de un gran edificio recubierto de paneles romboidales de copolímero de etileno-tetrafluoretileno, sobre los que dos grandes cañones proyectan publicidad tetradimensional con las últimas novedades tecnológicas: dispositivos cibernéticos ciborg, pantallas de cine inmersivas de trescientos sesenta grados, nanoelectroestimuladores sinestésicos, lentes intraoftálmicas de realidad aumentada.

El camarero oriental que le recibe al traspasar la puerta realiza una profunda reverencia a modo de saludo.

― Bienvenido al restaurante Hong Kong.

― Busco al señor Wong ―dice Ming―. Tengo un mensaje para él.

El camarero señala con la mano hacia el fondo del local, donde un hombre ocupa una de las mesas situadas junto al gran acuario de plasma que cubre toda la pared. Es el único cliente del restaurante. Ming da las gracias al camarero, que repite la inclinación, y se dirige hacia él.

― ¿Así que su nombre es Ming? ―repite Wong después del saludo inicial, mirándole de arriba abajo con desconfianza―  ¿Y dice que es un mensajero que viene desde el futuro?

― Exacto.

― Curiosa profesión.

El rostro de Wong es un perfecto óvalo con el cráneo afeitado. No tiene cejas y en las mejillas muy blancas no hay ni rastro de barba. Está sentado frente a una mesa con un mantel rojo y tiene un cuenco con sopa delante.

― ¿Y tiene un mensaje para mí?

― Así es.

Wong mira el cuenco humeante y remueve el caldo con una cuchara de sopa china de porcelana blanca.

― Le aconsejo que pruebe esta sopa ―le ofrece―. Es lo único que merece la pena de en este restaurante.

Ming no sabe lo que es una sopa, pero su aspecto no puede resultarle menos apetecible: aguado, caliente y con trozos de un no sé qué flotando. Le agradece el consejo, pero se excusa con el pretexto de que no come nunca mientras está trabajando.

Ocupa una silla frente a Wong y espera sin decir nada hasta que éste se acaba la sopa y aparta el cuenco con la mano para que se lo retiren.

― ¿Y bien? –―dice Wong después de limpiarse la grasa que le ha quedado en la comisura de la boca con una servilleta―. ¿Cuál es ese mensaje que tiene para mí?

― Es un mensaje que se envía usted mismo desde el año 2189.

Wong realiza un rápido cálculo mental. En el año 2189 tendrá 133 años.

― ¿En serio voy a vivir tantos años?

― No son tantos, en realidad. La esperanza de vida para un ciudadano de la ciudad de Madrid en el año 2189 es de exactamente 165 años.

Wong asiente vagamente al escucharle. No está seguro de alegrarse de vivir tanto tiempo. Así a priori, le parecen demasiados años.

― ¿Y bien, qué es lo que dice ese mensaje?

― El Wong del futuro le pide un favor. En realidad, se trata de un consejo que mejorará su vida sustancialmente.

En la mirada rasgada de Wong aparece por primera vez un brillo de interés. Asiente con la cabeza y concentra toda su atención en el mensaje de su yo futuro.

Ming el mensajero adopta una postura erguida, formal, y su voz adopta un tono afectado cuando empieza a recitar el mensaje. Mientras lo hace, los labios apenas se mueven. Su sonrisa es una línea perfecta que cruza la cara de lado a lado. 

― El honorable señor Wong le aconseja que utilice electrodos AHX-300 homologados de la marca Hi-TechPro. Hi-TechPro le ofrece su amplia gama de electrodos intracraneales de corriente directa, con los que podrá estimular las áreas cerebrales  encargadas del control emocional y de esta forma poder evocar según su voluntad, de forma inmediata y completamente segura, cualquier emoción de la gama humana. La emulación emocional conseguida es de tan alta calidad, que no podrá distinguir entre una emoción propia y una inducida a través de la electroestimulación cerebral. Los electrodos AHX-300 estarán disponibles a partir de junio del año 2079, con una oferta especial de lanzamiento para el receptor de este mensaje de un treinta por ciento sobre el precio de salida en tienda.

Después del mensaje cae un espeso silencio. Wong espera que añada algo más: una advertencia sobre su futuro, un consejo, los resultados de las apuestas deportivas. Lo que sea. Sin embargo, Ming ha relajado la postura y aflojado la sonrisa, y no parece tener ningún mensaje más que trasmitirle.

― ¿Eso es todo?

―  También le manda un saludo muy afectuoso.

Wong traga saliva. La sopa le ha dejado un regusto grasiento en la garganta.

― ¿Quiere decir que en el futuro contrataré a un mensajero del tiempo para enviarme el anuncio de un vulgar cachivache electrónico?

― Los productos Hi-TechPro son productos tecnológicos de alta gama ― le contradice Ming, ofendido. Es una emoción real, pero que tiene el mismo tono e intensidad que la ofensa que proporciona el aparato de estimulación emocional AHX-300.

Wong se esfuerza por evocar la huella que dejó en él el último sentimiento genuino que experimentó, pero no es capaz de recordar nada. No guarda ningún registro en su memoria de lo que es experimentar una emoción. Bebe un trago de agua ionizada. Contempla a Ming y le parece que es un tipo genuinamente feliz. Siente una punzada de envidia al contemplar esa sonrisa.

― ¿Y a partir de cuándo dice que podré adquirir uno de esos aparatos? ―pregunta.

Elías Romero
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