Fahrenheit 451

Reflexiones sobre el libro de Ray Bradbury.

A todos nos resultan agradables los bomberos. A diferencia de otros cuerpos de servicios públicos, como la policía o el ejército, o incluso los médicos o profesores, por los que de cuando en cuando podemos justificar algunas críticas, los bomberos son universalmente queridos. La percibimos como una profesión heroica, conformada por hombres y mujeres sacrificados, dispuestos siempre a protegernos. No es casualidad que Ray Bradbury les reservara el papel de nueva policía del pensamiento. En Fahrenheit 451 los bomberos queman los libros. Pero lo hacen en beneficio de nuestra felicidad, en beneficio de nuestro bienestar mental.

Distopía para pensar

Era un placer quemar. Era un placer especial ver cosas devoradas, ver cosas ennegrecidas y cambiadas. Empuñando la embocadura de bronce, esgrimiendo la gran pitón que escupía un queroseno venenoso sobre el mundo, sintió que la sangre le golpeaba las sienes, y que las manos, como las de un sorprendente director que ejecuta las sinfonías del fuego y los incendios, revelaban los harapos y las ruinas carbonizadas de la historia.

Fahrenheit 451, la temperatura a la que arde el papel, es una de las más importantes obras del escritor estadounidense Ray Bradbury. Fue escrita en 1953. Años después, en 1966, el gran director François Truffaut, autor de la gran película Los 400 golpes, realizaría una muy brillante adaptación. Libro y película tienen varios elementos diferenciados, por ejemplo, el papel de Clarisse y, sobre todo, el final. El de la película es mucho más poético y optimista que el del libro, más propio del fatalismo que acompaña la obra de Bradbury, como se puede leer por ejemplo  en Crónicas marcianas. No obstante, el propio Ray Bradbury llegaría a afirmar que le gustaba más el final de Truffaut que el suyo propio.

La historia gira en torno al bombero Montag. Su trabajo consiste en quemar libros. En el mundo de Fahrenheit 451, esa es la función de los bomberos, encontrar y destruir los libros que algunos individuos indeseables se empeñan en esconder y proteger. Porque los libros hacen infelices a las personas y por eso el Estado vela para que los ciudadanos sean felices y no tengan que preocuparse por los perturbadores conocimientos que encierran las páginas impresas.

Montag aprende y se cuestiona su vida

Era un placer quemar

Pero no nos engañemos. A pesar de los esfuerzos del Estado, la gente no es feliz. Aparentemente lo son. Por fuera lo son, pero por dentro están completamente vacíos y sus existencias no tienen ningún sentido.  Los suicidios, o las tentativas de suicidio, son comunes y sólo los programas televisivos y las pastillas hacen menos insoportable la existencia.

Pero a raíz de conocer a una joven de 17 años, Clarisse -lo que coincide con una nueva tentativa de suicidio de su mujer-, Montag comenzará a cuestionarse todo lo que le rodea. El punto de inflexión en su vida será cuando, tras la misteriosa desaparición de Clarisse, Montag presencie como una mujer decide matarse prendiéndose fuego, antes de ver como los bomberos destruyen todos sus libros. Montag cogerá uno de esos libros y lo esconderá, a espaldas, por supuesto, de sus compañeros.

Comenzará a leer.

La derrota de los bomberos en Fahrenheit 451

— ¿A la gente de color no le gusta El negrito Sambo? Quémalo. ¿Los blancos se sienten incómodos con La cabaña del tío Tom? Quémalo. ¿Alguien escribió una obra acerca del tabaco y el cáncer pulmonar? ¿Los fumadores están afligidos? Quema la obra. Serenidad, Montag. Paz, Montag. Afuera los conflictos. Mejor aún, al incinerador.

¿Pensar nos hace infelices? Esa es la máxima que sigue el Estado en Fahrenheit 451. Queman los libros para ahorrarnos conflictos y pensamientos que provoquen infelicidad. Y para garantizar esa felicidad tan anhelada patrocina drogas y entretenimiento masivo y de poca calidad. ¡No pensemos, diviértete!

No nos engañemos, la realidad es muy parecida a la ficción. Desde el pan y circo de los romanos, hasta los Sálvame y Gran Hermano de la parrilla televisiva, hay un evidente hilo conductor. Es como con la auténtica permisividad que existe en la distribución y consumo de drogas. Son sustancias, según la ley, prohibidas. Y, de cuando en cuando, nos muestran alguna redada.  Pero cualquiera que quiera tiene acceso a casi cualquier droga, y en las cantidades que esté dispuesto a pagar. Mucha gente hace negocio con la droga -bancos incluidos-. Pero además, las drogas, como la telebasura, o los entretenimientos de masas, sirven, y son usados de manera más o menos consciente, para mantener a la gente entretenida, paralizada, «alienada», sin cuestionarse la sociedad en la que viven.

Sin embargo, lejos de tener una sociedad feliz, en Fahranheit 451 tenemos una sociedad vacía. Los únicos que escapan a esa desolación son precisamente los amantes y defensores de los libros. De hecho, pese al trabajo de los bomberos, siempre hay gente dispuesta a salvar y proteger los libros. Pese a todos los mecanismos de control que el Estado utiliza, no logran evitar que siga habiendo disidentes.  Porque esos disidentes tienen un motivo para vivir: Leer y defender los libros.

La caja tonta

Recuerdo en los noventa, antes de la irrupción de internet, que los activistas de movimientos sociales, acusaban a la televisión, “caja tonta”, de idiotizar a la gente. Aunque también acusaban a los telespectadores de no revelarse y sucumbir a esa ideotización masiva. Siempre me pareció que tal razonamiento era injusto con mucha gente que llegaba cansada del trabajo y de enfrentarse a sus problemas cotidianos y que lo único que querían -y necesitaban- era descansar y desconectar.

Así mismo, pensaba que era falso que los canales de televisión ofrecieran lo que la audiencia demandaba, y que si emitían basura, mientras La 2 languidecía, era porque había cierta premeditación por parte de los dueños de esos canales y los gobiernos de turno (y La 2 era extremadamente pedante y aburrida).

Pero es que además, a pesar del papel de la televisión, determinados movimientos reivindicativos muy potentes no se pudieron evitar. Llegado el momento, esa población idiotizada no dudó en salir a la calle. Recuerdo las manifestaciones contra la Guerra de Iraq o cuando el atentado del 11-M en Madrid.

Internet

Internet, por ejemplo, ha revolucionado todo esto. Sigue habiendo gente pegada a la televisión. Mucha gente no puede imaginarse un hogar sin TV (yo no tengo), e incluso necesitan encenderla nada más llegar a casa, como si fuera un compañera imprescindible. Pero también cada vez hay más consumidores de productos audiovisuales a través de sus smartphones y también mucha gente que utiliza Internet como su ocio fundamental.

Desde luego, la red de redes tiene muchos peligros y nuevos retos (todo tipo de información y desinformación sin contrastar, tráfico de datos, otras nuevas formas de manipulación…). Pero también  es verdad que también ha traído una tremenda oferta de contenidos, y el auge actual, por ejemplo, de las series. Esta época está demostrando, que las “masas” no sólo ven Sálvame o Gran Hermano, también El cuento de la criada, Black Mirror y muchos otros contenidos que obligan al espectador a reflexionar.

Los libros en peligro

Pero como profesional de las artes gráficas no puedo dejar de sentir preocupación por la evolución de la lectura. Es verdad que España no ha sido nunca un país muy lector. Pero también es cierto que los contenidos audiovisuales y las redes sociales están estrechando aún más al público lector de libros.

Tampoco dramaticemos. Estamos lejos de una sociedad donde nos olvidemos de leer. Por el momento. De hecho, se podría decir que en general se lee más (es verdad que sobre todo a través de las redes sociales). Ciertamente, el smartphone, hoy en día imprescindible, ha puesto a nuestro alcance mucha cantidad texto. E incluso, en ocasiones, texto de calidad. Por supuesto, los contenidos audiovisuales, cine, series, videoblogs, podcasts, canales de youtube, etc. también pueden ofrecernos mucha educación, reflexión y cultura de gran calidad.

Si el libro de papel ha resistido más que otros contenidos analógicos, es básicamente por el rol que el libro físico tiene aún como regalo y porque sobre todo la gente de más de 30 años que somos lectores, lo seguiremos siendo hasta nuestra muerte. Pero el libro electrónico a penas está creciendo y en conjunto, la lectura cede terreno frente a otras alternativas de ocio. Es un proceso histórico. El libro, como las revistas o los comics ya sufrieron el desarrollo de la radio y el cine, luego el de la televisión, y ahora internet. Y es que, por ejemplo, los contenidos audiovisuales son más sencillos de disfrutar, más inmediatos y pueden ser muy espectaculares.

La lectura y la imaginación

Los contenidos audiovisuales, por supuesto, nos pueden hacer pensar y también desarrollan nuestra imaginación. Pero requieren menos esfuerzo que un libro. Me explico: Nos inundan la vista y el oído, y sólo debemos imaginarnos el olfato y en parte el tacto. Por supuesto, también podemos volvernos locos con los argumentos, con todo tipo de elucubraciones, teorías, secuelas o explicaciones. Pero también es cierto que las modas, el tiempo, el dinero, los ritmos… determinan mucho a la producción audiovisual.

El libro nos obliga a imaginarnos todos los sentidos. Sólo vemos palabras, puede que alguna ilustración, y la textura del papel en nuestros dedos. Debemos imaginarnos los paísajes y los protagonistas en base a las descripciones y sensaciones que nos transmite el autor. Incluso la descripción literaria más soporíferamente precisa siempre nos deja espacio para la imaginación y nuestra propia interpretación. Además es un producto más barato, y por tanto, menos -en principio- determinado por el mercado, por las modas, la duración. Y, por el momento, la palabra escrita es un vehículo más sencillo para los sentimientos o las ideas abstractas. Sin desmerecer los matices que puede aportar un buen actor, las bandas sonoras que transmiten tanto contenido o las metaforas presentes en un buen guión.

Por último otro detalle: Los productos audiovisuales nos condicional mucho. Pongo un ejemplo. Alguien que se lea Juego de Tronos después de ver la serie, inevitablemente verá a Tyrion Lannister como Peter Dinklage, a pesar de que George R. Martin describiera al Gnomo como un monstruo horrible. A la inversa, sin embargo, sería el lector el que se crearía su propio Gnomo, y no el que decidió HBO.

Quizás algún día vivamos en una sociedad en que los libros y la palabra escrita hayan desaparecido y que todos los mensajes se comuniquen a través de señales eléctricas, imágenes, hologramas o pensamientos… Una sociedad de «analfabetos» ultra-conectados. Sería un buen episodio de Black Mirror, pero Ray Bradbury se revolvería en su tumba.

¿Y tú qué opinas de todo esto? ¿Has leído Fahrenheit 451? ¿Qué te ha parecido?


Fahrenheit 451 cubierta
Fahrenheit 451 cubierta

Ficha del libro:

Fahrenheit 451

  • Autor: Ray Bradbury
  • Fecha de publicación: 1953
  • En España: Minotauro, ISBN 9788445076415
  • Premio retrospectivo Hugo en 2004 al mejor libro de 1954.
  • Premio Prometheus Hall of fame en 1984.

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Un comentario en «Fahrenheit 451: felicidad, ignorancia, libros y televisión»

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